Por: M.V.
Colaboradora invitada
No tengo
francamente idea de cómo asumir, menos aún de cómo responder a esta pregunta.
Sé solamente que plantearla ahora es urgente y trataré, en todo caso, de
mostrar su apremio en el hilo de situaciones ejemplares y coetáneas, la del
si-votante y la de un abstencionista –¿abstemio?—. En la primera situación –el
sí votante— tenemos una diversidad de casos posibles, pero quizás tres
principales, uno, el de un hombre de mediana edad, habitante de Tapachula (por
ejemplo), padre de familia y cuñado de uno mejor conocido como “el chino”, que
está aspirando a un “hueso seguro” –en caso de que gane el PRI– en el gobierno
municipal.
Es lo que podríamos llamar,
el primer caso típico de un votante rehén. En esta categoría –la de la primera
situación— están también los que votarán por tradición y por el PRI; porque
durante años su familia ha votado por el mismo partido y la verdad es que no
les ha ido nada mal. Y no es que cuando dejaran de hacerlo, para votar por
ejemplo, por el PAN, les fuera mal. Ocurre más bien que han oído, cercana o
lejanamente que el asunto de la violencia está cada vez peor, y que antes, al
menos con el PRI “no había tantos muertos”, pero bueno, la verdad es que eso lo
saben de oídas –se han enterado en la tele— porque en el pueblo, en el
municipio, en la ciudad, no se mueven más que los raterillos locales. También
en esta categoría del votante rehén puede darse un tercer caso, el de aquellos
que ven amenazada la subsistencia diaria si dejan de votar por el PRI, porque
entonces no tendrían la despensa que les ha llegado a casa puntualmente desde
hace unos meses; o alguien les dijo que si no ganaba el PRI cerrarían el centro
de salud de la comunidad, el único que hay.
En
cualquiera de los tres casos mencionados (el interesado, la masa manipulada y
los necesitados) estamos frente a una extensión del fraude que no se limita al
conteo de boletas. Sobra decir que los votantes rehenes –en su mayoría— no
tienen tiempo o medios para feisbuquear algunas horas al día. No se ríen de los
carteles ridiculizantes que los anti EPN(istas) se postean, ni miran las fotos
o leen las historias de JVM, tampoco las reseñas panfletarias de los crímenes
de Quadri. Sólo votarán porque hay que votar por el PRI --por EPN-- y basados
en razones que se discutirán en la sobremesa después de acudir a las urnas.
La
segunda situación es claro, la del no-votante. Entre los no-votantes podemos
encontrar dos casos al menos. El primero es el del indiferente. Simplemente no
se lo pregunta, no recuerda, no se ha enterado de que debió actualizar su
credencial, o sacarla de la biblioteca o del billar. La perdió y no le importa,
se despierta “medio crudo” o tiene una boda ese día, lo que sea, es irrelevante
el voto para este sujeto. El segundo caso posible es el de aquel que firmemente
convencido de la esencia rebelde que encarna la abstención, decide, en lo que
llama su derecho, “no votar” y hasta se da a la laboriosa tarea de asignarle un
nombre a su "trinchera", es el sitio de los “no-votantes”, como si el
no-votante fuera una entidad de idéntica cualidad que el si-votante, esto es,
del ciudadano, y tuvieran las mismas capacidades salvo porque uno carece de la
energía y la ingenuidad que al otro le sobra. (Porque además el no-votante
asume que el si-votante es un ingenuo y no un rehén, alguien a quien quizá un
politiquillo le secuestró a la familia en un búnker, sin luz ni agua, de aquí
al 1 de julio, fecha en la que tendrá que votar por el PRI). Los argumentos del
no-votante son vagos, aunque para sí contundentes pues tienen el peso mismo de
la realidad. La corrupción, la pobreza, la indignidad en que "el
gobierno" (esta entidad indistinguible en su discurso de partidos o
personas concretas) tiene hundido al “pueblo”; decenas de fraudes
electorales e incluso (esto me lo ha
posteado una no-votante hace unas semanas) las diez horas de jornada laboral
que debe padecer cualquier obrero en cualquier terreno de la tortuosa geografía
neoliberal. Todos hechos incontrovertibles. Porque es cierto, el ejército es un
abusón, es verdad, en el gobierno hay una bola de matones que tiene amordazado
al pueblo. Nadie podría negar sin riesgo de ser objeto del mayor de los
escarnios, que acudir a las urnas a ejercer el derecho a voto, no acabará con
la miseria y la avaricia que carcomen a nuestro país, es verdad, mi voto no
revivirá a los muertos de la guerra, mi voto sólo será un pronunciamiento a
favor del respeto a la democracia como el derecho del pueblo a expresar su
voluntad. Ni el voto, ni en general, nada hay que resuelva inmediata y
mágicamente los problemas que históricamente nos agobian, pero no se ubica el
voto en el mismo orden de soluciones. ¿A quiénes debemos dar la espalda y con
quiénes debemos negociar, con quién hemos de habérnoslas en los siguientes seis
años? La respuesta a esto es precisamente el voto, ni más ni menos. No
resolverá ni el hambre ni la muerte, sólo manifestará la voluntad de lo que no
es más tolerable, si se quiere, sólo expresará un rechazo y una posibilidad de
negociación, de no autoritarismo.
Si
nuestro sistema político es disfuncional, esto es, que la democracia sólo
enmascara la dictadura neoliberal, si no votar es un pronunciamiento a favor de
vías políticas y económicas alternativas (también todo esto me lo han posteado
no-votantes en los últimos días), yo me pregunto nuevamente (con la esperanza
auténtica de que alguien me responda), si esa <<alternativa>> ahora
mismo intangible, llegara emerger ¿no habrá que votar para saber si es la mejor
para todos? ¿No es acaso el voto, la expresión libre de la voluntad de
gobierno, un derecho defendible en cualquier circunstancia? [Aquí hay que tener
especial cuidado, actualmente en España se promueve el abstencionismo pero con
un pronunciamiento claro en pro del voto directo, su sistema actual es el del
voto indirecto] ¿El no-voto es un derecho? Se diría que, en nuestras
circunstancias, es más bien un retroceso. Si yo si-votante (según los
argumentos de los no-votantes del segundo tipo) soy responsable de los crímenes
del Estado, de la legitimación de un sistema fraudulento, de qué es responsable
el no-votante, ¿sigue siendo acaso un sujeto social? Sólo lo pregunto. Si yo
si-votante, soy responsable de mantener vivo el último bastión de las
revoluciones burguesas (la democracia) a qué responsabilidad se atiene, en qué
compromiso se sostiene el no-votante. No lo sé, en verdad no lo sé de cierto, pero dada la fecha en la que nos encontramos
supongo que es preciso saberlo, es urgente entender de qué se trata el
abstencionismo. Es probable que exista, entre todo, un caso mixto (o cientos de
ellos). Puedo ser un votante no-rehén, un elector con convicción, uno decidido
a no ver al menos peor, sino quien de verdad ha estudiado no las
“promesas” (pues mi novio me promete cosas, mi tía en su lecho de muerte, pero no
los políticos) sino los proyectos, las plataformas político-ideológicas de cada
partido; e ingenua, puerilmente he decidido confiar en los principios de una
“República Amorosa”. Y no soy la única que cree en ello, y quizás esta vez,
sólo esta vez, somos efectivamente una mayoría, sin embargo, entre esa mayoría
de gente que estudiada y conscientemente ha reído y llorado con las editoriales
de los diarios, las campañas de prestigio y desprestigio, sólo una pequeña
parte acudirá a las urnas.
Otro
ejemplo, breve y real. Hace unos meses en la deprimida España se celebraron
(porque ciertamente es una fiesta) elecciones en la Comunidad Autónoma de
Andalucía, justo cuando la derecha, los peperos,
como se le conoce comúnmente a los monarquistas, empresarios, la ultra-reacción,
se sentía con la sartén por el mango, la dicha comunidad salió a las urnas y
votó por su única posibilidad, sólo para hacerla servir de contrapeso a la
política ruinosa de la derecha. Entonces Izquierda Unida (que no está tan unida
y quizás no sea muy izquierda), por muy poco, por una diferencia mínima, ganó
los escaños necesarios para dar con la puerta en las narices a la derecha. Y
yo, como ingenua si-votante pregunto por qué la gente se deja timar por la
derecha, por qué no han sido los más quienes han votado por la izquierda y ha
sido tan costosa la mínima diferencia (cinco diputaciones apenas), entonces
alguien, un andaluz medianamente involucrado en la política de su provincia, me
contesta: "es que la izquierda no-vota”. Claro, resta saber qué es esa
mentada izquierda, ahora mismo, y dadas nuestras circunstancias, diría que el
no-votante es parte de esa izquierda, y que su desconfianza a veces prejuiciosa
le ha impedido ver más allá de los hechos; acercarse pues a los programas, a
las ideas de los representantes de los partidos y sobre todo, me arriesgo
decirlo, a la diferencia entre la idealidad de nuestro sistema, y su realidad
concreta.
Lo
que tenemos es esto. Esto es lo que hay, una democracia fraudulenta, quizás,
pero mientras un voto es ocultable, 21 millones
181 mil 119 votos no pueden ocultarse ni detrás del Popo humeante...
21 millones 181 mil 119 empadronados se abstuvieron de votar
hace un sexenio.... Si sólo la mitad hubiese votado entonces, si sólo una
tercera parte decidiera votar ahora, consciente y pensadamente. Si
sólo una octava parte dejara de promover el no-voto. Si sólo una mínima parte
asumiera una mínima responsabilidad. En todo caso, en verdad, que alguien me
diga ¿de qué es responsable el no-votante?
No hay comentarios:
Publicar un comentario