Por: Adolfo Upsset
Colaborador invitado
Uno tiene la impresión, cada vez que vuelve a México, que las cosas
no cambian. A nadie se le ocurrió ocultar los cables eléctricos bajo el
pavimento, y aún cuelgan como tendederos del progreso desenfrenado.
Nadie pensó aún en ponerle límites a los luminosos de neón que invaden
las autovías. Ni nadie cayó en cuenta en que la solución no es hacer un
segundo piso al periférico, sino ponerle freno al creciente uso del
vehículo privado, despidiendo ingentes cantidades de petroleo quemado
por el escape. Uno tiene la impresión, cada
vez que vuelve a México, que la torre Latino sigue siendo el edificio
más alto, por mucho Paseo de la Reforma que exista. Y es que en Tacuba
las enchiladas verdes siguen sabiendo a lo mismo, y en Sanborns siguen
sirviendo café aguado. Y lo mismo, desde el malecón veracruzano hasta
las rocas de Acapulco.
Y eso que México
ha tenido la oportunidad, los últimos veinte años, de convertirse en un
país del primer mundo. Un crecimiento económico sostenido, y la idea
persistente que México ya es una potencia emergente han sido repetidas
hasta la saciedad. Dejar atrás aquella etiqueta de "país en vías de
desarrollo" fue un objetivo de los dos gobiernos panistas y de los
últimos priístas desde que el nefasto Salinas dejara el país en la
ruina. México ha crecido económicamente, se ha internacionalizado, y el
turismo lo ha enaltecido hasta grado máximo. Los
últimos gobiernos priístas y los dos panistas han fijado sus objetivos
en el crecimiento económico, en parte conseguido y han errado en el
crecimiento social, un fracaso monumental. México
no ha sabido gestionar esos valores, fallando en los grandes retos
estratégicos del país, y eso lo ha llevado a un atolladero como el
actual.
Un
momento en que sectores sociales, desde universitarios hasta
campesinos, desde escritores a ganaderos, han iniciado una ardua
batalla, llamada "Primavera mexicana", con ánimos de incidir en el
panorama político y social, cambiarlo y movilizar los ciudadanos para
conseguir, aunque el motivo suene muy utópico, "un México mejor".
Colectivos y movimientos como el Yosoy132, el Movimiento por la Paz...
revolucionan las redes sociales con mensajes a favor de la paz, en
contra de la manipulación, en contra de los mensajes de las grandes
televisoras, en contra del candidato priísta... algo que ha sabido
aprovechar el candidato del PRD para difundir su mensaje de cambio en
los sectores más indignados del país, entre los cuales la juventud
universitaria y la intelectualidad izquierdista tienen mucho que decir.
Ellos no son la "Primavera mexicana", porque tienen ya un discurso
maduro, tostado ya a base de palazos en la calle, lecturas políticas y
sociales, asambleas colectivas y argumentos reflexionados. Quizás este
México maduro, que votará a su presidente por primera vez, tenga un
papel importante en estas próximas elecciones. Pero me parece que no
será determinante. Y no lo será con la desacreditación sistemática y
supina del candidato que no es de su gusto, sino con una invitación
democrática a la elección responsable y reflexionada de aquél que creen
que es mejor para sus intereses, y para los del país.
Existe
también el México podrido. Aquel México enquistado en todos los
partidos, en todos los grupos sociales, en todas las universidades, en
la calle y en las empresas, en el campo y la ciudad. Un México anclado
en las corruptelas del teje-maneje, de la compra-venta de favores, de la
mentirijilla que no hace daño. Un México plagado de favoritismos que
mantiene en el poder de los sindicatos personajes de un submundo de
novela gráfica. Un México que se ríe de su propio sistema educativo,
condenando al ostracismo a las nuevas generaciones de mexicanos y
mexicanas. Una clase política con buenos ideólogos, pero con nefastos
gestores. Caciques locales, policías corruptos, maestros
incompetentes, y un narcotráfico que campa a sus anchas a lo largo del
territorio, coaccionando a campesinos, chamacos desgraciados y
politiquillos de tres al cuarto. Como Hamlet, algo huele a podrido en
México.
Sin embargo, existe en México una gran
masa social, alejada de la juventud capitalina y universitaria, que ni
usa las redes sociales ni los celulares, que desconoce la buena gestión
del PRD en el Distrito en cuanto a limpieza y seguridad, pero que
también desconoce la internacionalización de las empresas mexicanas
gracias al PAN, o el buen papel municipalista de los gobiernos del PRI.
O, si me permiten, las buenas ideas del bigotón de Quadri. Porque todos
tuvieron cosas buenas. Y un país democráticamente avanzado debe saber
reconocerlo, y cualquier intelectual con dos dedos de frente, sabrá que
es verdad. Este es el México del labriego oaxaqueño, de la artesana
chiapaneca, del anciano que pasea en San Luis, de la chica que trabaja
en el Oxxo de Guadalajara, del médico de un pueblo de Baja California,
del alcalde honesto de una ciudad de Tamaulipas, del mariachero de
Cocula, del pequeño empresario de Nuevo León, del chamaco del kinder de
Culiacán. Un México que va y que viene, que no lee programas de
partidos, que vota el que le parece que va a ser el mejor de los malos,
el desencantado, el que se preocupa de los frijoles del día a día.
Ellos son la primavera. La primavera que espera, y que vendrá. Ellos son a los que México tiene que convencer.
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