viernes, 2 de noviembre de 2012

HABLEMOS DEL DÍA DE MUERTOS (III)

Cantándole a la muerte
Un homenaje a los seres queridos que se fueron

Daniela Nicholson (Perú)
Colaboradora invitada 

      Según la creencia popular, en el Día de los Muertos las almas de los difuntos regresan para disfrutar con sus seres queridos. En el Perú esta fecha se celebra como un día especial  y se vive con júbilo. El Cementerio Virgen de Lourdes, ubicado en la zona conocida como Nueva Esperanza en el distrito capitalino de Villa María del Triunfo, se convierte en un alegre escenario donde los familiares de los fallecidos se reúnen para homenajearlos. Sobre sus lápidas colocan las ofrendas: un suculento plato de comida, un vasito de cerveza. Y también sobre ellas entonan de manera entusiasta sus mejores canciones, porque saben que los están escuchando. Entre alegres marineras y nostálgicas canciones ayacuchanas encontramos a un celestial visitante.

                Su nombre artístico es Arcángel. Es un hombre delgado, de escaso metro sesenta y dueño de una sonrisa amplia y sincera. No tiene alas, pero lleva un arpa sobre la espalda. No puede volar con su cuerpo, pero sí con su música. Ha venido al camposanto a visitar a su hermano difunto y anunciarle que todos en la familia están muy bien, pero lo extrañan mucho. También va a tocarle algunas canciones para acompañarlo y porque quiere sentirse un poco más cerca, aunque sea por unas horas.
            
             Rodolfo Choquechanca, como se llama en la ‘vida real’, es un ayacuchano de 26 años de edad que se vino a vivir a Lima hace casi diez para buscar un mejor futuro, dejando a sus padres en su tierra natal. En la semana trabaja como mozo en un restaurante y los fines de semana toca en diferentes ferias costumbristas con sus compañeros de Danzaq, los danzantes de tijeras. No fue él quien escogió el celestial seudónimo, fueron justamente los miembros de la agrupación artística quienes lo bautizaron. La Iglesia Católica define a los arcángeles como espíritus celestes superiores a los ángeles. Tienen una misión especial, como traernos buenas noticias, armonía y amor, curarnos o aliviar tristezas. Este hombrecillo tiene un perfil muy parecido, a través de sus ojos transparentes se puede reconocer un espíritu puro que irradia gran luminosidad.

            El arpista trae a cuestas el instrumento que le costó 400 soles, le pesa 8 kilos y con el que puede tocar decenas de canciones para la celebración del día de hoy. Junto a él, una turba de gente avanza a paso lento. “A sol las velas, a sol, a sol.” Entre decenas de vendedores ambulantes caminan los deudos que hoy, 1ero de noviembre, se acercan al cementerio a visitar a sus seres queridos. Un fuerte olor a comida invade el camino al camposanto. Chicharrón, choclo con queso, ceviche, mollejitas, jugo de caña, chicha de jora, yucas, chanfainita y cerveza, mucha cerveza a sólo 3 por 10 soles.

           Mientras más cerca de la entrada más vendedores ofertan las típicas ‘wawas’. Estas figuras elaboradas de pan o bizcocho representan niños recién nacidos y se ofrecen como obsequio para reforzar las relaciones de reciprocidad y compadrazgo. Siempre han acompañado las celebraciones de Todos los Santos y de los difuntos. Esta vez también están presentes, los vendedores las han acomodado en grandes canastas y en las tolvas de sus camionetas a lo largo de todo el camino al cementerio.

          Arcángel para un momento para descansar, pero en pocos segundos ya tiene el arpa otra vez encima. A su lado camina Floricienta, una cantante con la que viene trabajando hace algunos meses y ahora lo acompaña para entonar algunas canciones del “panteonero” o cancionero para difuntos. Floricienta declara no haberse inspirado en la exitosa adolescente argentina para escoger su nombre artístico. “Yo me lo puse en la misma época más o menos” dice. Tal parece que es pura coincidencia.

           Juntos cruzan la entrada, esquivando a los apurados mototaxistas. Pasando la reja se impone un inmenso arenal y el cartel de la Municipalidad de Villa María del Triunfo anuncia la llegada al Cementerio Virgen de Lourdes. En la parte izquierda del mismo una ilustración de la virgen y a la derecha la municipalidad aprovecha para dar a conocer su página web: www.munivillamaria.gob.pe. En el mismo cartel hay también una frase donde se autoproclama como el 2do más grande del mundo, es que en este cementerio descansan más de 70,000 personas. No existe la certeza de cuál es el más grande del mundo, pero la mayoría de las fuentes habla de Najaf, a 160 kilómetros al sur de Bagdad, donde hay más de 5 millones de tumbas.

            El inmenso espacio es invadido por centenares de personas. Un cerro a mano izquierda y otro a mano derecha. A pocos metros de la entrada los parlantes de un poderoso equipo de música emiten las tristes notas de un CD instrumental. Se llega a descifrar la canción “When a man loves a woman”. Cruces de madera, torres con muchos nichos y coloridas lápidas se extienden en las 65 hectáreas del gran panteón. Arcángel sigue su camino entre la gran cantidad de gente. “¿Vas a tocar ahora?”. “Sí, ¿quieres escuchar?... ¡Vamos!”. La subida es cada vez más empinada. “¿Falta mucho?”. “No, ya estamos llegando”. A mitad del cerro del margen derecho están las lápidas  de su hermano José y su cuñada, a quienes viene a homenajear en el séptimo aniversario de su muerte.

         A lo lejos se escucha como una de las bandas toca una marinera. Por otro lado fervientes y desafinadas voces de una decena de señoras cantan “Aleluya”. Los Choquechanca me invitan a sentarme. Arcángel se prepara para el concierto afinando su arpa con total tranquilidad y luego procede a colocarse las uñas de acrílico que le permitirán hacer vibrar con mayor intensidad las cuerdas del imponente instrumento. El arpa tiene inscripciones que él mismo ha pintado con un tinte blanco. “Quien siembra vientos cosecha tempestades” y  “Del agua mansa me libre Dios, que de la brava me libraré yo” son las que destacan.

         El arpista se toma unos minutos más en terminar de prepararse, mientras tanto las personas siguen llegando. Los visitantes, la mayoría proveniente de zonas andinas del país, han venido para compartir el día con aquellas personas que los dejaron hace algún tiempo para poblar el mundo de los difuntos. En los andes la muerte no es un hecho terminal, sino natural, es por eso que lo que vienen a hacer al cementerio son las cosas más cotidianas. Les ofrecen a sus seres queridos lo que más les gustaba cuando todavía estaban entre nosotros. Un plato de lentejas con arroz y huevo frito, un vaso de cerveza bien servido. Les cuentan bromas, contratan músicos para que interpreten sus canciones preferidas y les cuentan cómo les está yendo, para que descansen tranquilos.

           Arcángel toca las primeras notas de “Coca Quintaya”, una canción muy típica que ha escogido para empezar. Floricienta comienza a aplaudir para seguirle el ritmo hasta que de pronto emite el primer sonido. Su voz es muy aguda, casi como el lamento de un niño. La canción es tristemente hermosa y evoca la nostálgica pérdida de un ser querido.

     Entre los familiares participantes se encuentra Manuel, el segundo de los hermanos Choquechanca, quien escucha atentamente cada nota de la canción. Es él quien cuenta que su hermano mayor y su esposa murieron en un accidente de transito en Lima y dejaron 4 hijos, de los que está a cargo desde entonces. Manuel viene todos los años a visitarlos porque tiene una relación muy especial con el difunto. “Me encomiendo a él,  y desde arriba me cuida y me ayuda.” El año pasado estuvo desde las 2 de la tarde y se quedó hasta 10 de la noche.

        Arcángel y Floricienta siguen tocando. Los que han podido venir esta vez son Manuel, su esposa, sus hijos (tanto los propios como los de José) y Rodolfo o Arcángel. Los niños corretean alrededor de las lápidas, ojalá sus padres puedan verlos. Todavía falta que lleguen algunos tíos que también viven en Lima, con los que piensan quedarse celebrando hasta las 8. No más tarde porque mañana hay que trabajar. Con un intercambio de sonrisas me despido de la entrañable familia ayacuchana. Ellos me dan las gracias por acompañarlos, yo les doy las gracias por permitirme hacerlo.

       Entre lápida y lápida, aparece un organillero que se pasea por toda la ciudad con su mono. El cual, haciendo honor a su nombre, se dedica a hacer monadas para que los curiosos le dejen unas cuantas monedas a su amo, que no viene a visitar a nadie sino a ganarse el almuerzo del día. También están los stands de varias compañías de seguros. La Positiva, que ofrece un seguro donde el afiliado sólo deberá pagar 80 céntimos diarios. Y Mapfre, que ofrece el servicio gratuito de medición de la presión arterial. Parece que esta aglomeración de gente es la oportunidad perfecta en que algunos aprovechan para sacarle la vuelta a la situación y hacer del Día de Todos los Muertos el Día de los más vivos.

      La celebración continuará hasta muy tarde, los deudos han venido para pasar un momento especial con sus difuntos y no se irán hasta sentir que compartieron con ellos el tiempo suficiente. Las costumbres de este grupo de peruanos son especiales, son verdaderas. Mientras en otros cementerios de la ciudad reina el silencio, aquí se vive una gran algarabía: diversas tonadas de decenas de músicos, enérgicas voces que elevan sus cantos al cielo, prolongados rezos y largas conversaciones de los deudos con sus difuntos. Mientras en otros cementerios se vive un ambiente solemne, aquí se vive una fiesta. Mientras en otros cementerios los muertos están muertos, aquí los muertos están vivos.




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