sábado, 3 de noviembre de 2012

GANADORES DEL PRIMER CONCURSO "AL FIN QUE PARA MORIR NACIMOS"

LES PRESENTAMOS LOS TEXTOS GANADORES DEL CONCURSO Y LA MENCIÓN HONORÍFICA QUE DECIDIMOS OTORGAR. TODOS LOS TEXTOS PARTICIPANTES SALDRÁN EDITADOS EN UN LIBRO ELECTRÓNICO QUE PRESENTAREMOS PRÓXIMAMENTE. ¡MUCHAS GRACIAS A TODOS POR PARTICIPAR!

CATEGORÍA: CUENTO
GANADORA: SILVIA LLANTO CADENAS (PERÚ) 
RESIDENTE EN MATARÓ


La historia de la señora Harris, más conocida como la Gringa.


Todos en el pueblo queremos ayudar a la señora Harris, comenzando por sus alumnos a los que quería como si fueran sus propios hijos y ahora quieren que su alma descanse como descansan todas las almas de nuestros muertos. Pero casi nada sabemos de la Gringa, que es así como la llamamos, desde la tarde que llegó a este pueblo donde crecen los cactus de saguaros y el cielo es seco como el ojo de los ciegos. Aquí donde rara vez se detienen los buses de turistas se bajó un día la Gringa, con su cámara Canon colgando del pecho y alquiló una habitación, en la pensión de las Flores. Los primeros días se nos hizo raro ver su larga silueta, fotografiando las ramas de los mezquites, las espinas de los saguaros, los campos de nopales en flor, las patas de las lagartijas huyendo de los hombres  y hasta las piedras muertas de los barrancos que en este pueblo nacen a toda hora. Luego fue habitual verla entre los animales sedientos mirando las cosas que a ningún extraño interesan. En esos días le advertimos que no debía molestar el descanso de los seres que parecen muertos pero no lo están pero la Gringa estaba resuelta a comprender hasta el leve quejido de las raíces cuando buscan agua.

Por eso un  día compró la casa de al final del pueblo que colinda con el río seco y abrió la única escuela de música de los alrededores , nosotros  pensamos que el sol le había quemado la mollera, pero nos cayó en gracia cuando  resucitó el piano de la iglesia que no sonaba desde el tiempo de los cristeros. Desde entonces no hubo fiesta de guardar , ni misa que no acompañara al piano.

Pero desde hace dos semanas hacemos misa sin ella , porque la Gringa  cuando estaba en el río  seco mirando las ranas a través de los ojos de su cámara,  perdió el equilibrio y cayó sobre una enorme piedra golpeándose la cabeza. Murió en  el acto, pero la pobrecita anda perdida aún por aquí y algunos la han visto mirando tristemente el río  donde aún croan los sapos y las ranas verdes. Muchos casi han muerto del susto al verla acongojada entre los campos de nopales, sin embargo porque la queremos como si fuera una de los nuestros hoy muy temprano sus alumnos han recogido las flores de cempasúchil y han decorado el altar que entre todos le hemos hecho a la Gringa.

A esta hora el pueblo está lleno de un olor a incienso y las flores se ven más naranjas a la luz de los cirios, nos hemos preparado para recibir a nuestros muertos y en especial a la Gringa , que nunca entendió nada de los vivos y menos ahora de los muertos. Allá la vemos venir con su mismo caminar entre los nuestros , parece cansada y se ha arrinconado en una esquina de la plaza , viendo a los otros difuntos que sonríen a la tierra. A la puerta de su escuela de música sus alumnos , a  los que quería como hijos, siguen cantando con sus calaveritas y la señora Harris parece tomar un poco de aire como si quisiera zambullirse en el agua  al escucharlos con sus voces angelicales. La sed de los muertos es peor que la de los vivos. Pero nosotros hemos nacido con la canícula y desde siempre aprendimos a esperar. Cuando cae una gotita de agua , damos gracias a esta tierra porque no somos malagradecidos con nada, menos con ésta que es donde quedarán nuestros huesos . Tenemos tanta paciencia como quién se sienta sobre un petate a esperar ver nacer la primera flor del nopal. Por eso no nos ha costado  nada esperar a la Gringa. Nos hemos estado aquí hasta que la hemos visto empujar su largo cuerpo  con ese último aliento y entrar a su casa abriéndose paso entre el coro de calaveritas.


* * *

CATEGORÍA: POESÍA
GANADORA: MARIE-PIERRE TEULER (FRANCIA)
RESIDENTE EN BARCELONA

Flor de calaverita
 
Ya te rocé dos veces 

La primera, ni me fijé 
Pensaba nada más en volar 
Volar más allá que las nubes 
Me encontré de repente rodeada de musgo y violetas 
La segunda, para que te lo cuento 
Lo sabes mejor que yo, 
Ríe contigo de las voces de la jungla 
Aún más fuertes que el canto del cempasúchil 
La tercera, ya será la buena, 
A ver si te acuerdas de traerme flores
A mí me encantan las gardenias.



* * *

CATEGORÍA: CUENTO
MENCIÓN HONORÍFICA: EDA SOFÍA CORREA (MÉXICO)
RESIDENTE EN BALI

JULIÁN
      Tirado en el sillón de está casa, en la cual parece que flotamos en lugar de dormir y nadamos a cambio de no caminar. Tirado junto a ti, Julián. En nuestro sillón morado en el cual nos aglutinamos pegajosos por el sudor a pesar de tener cuatro habitaciones más en las cuales posar nuestros cuerpos. Pienso en el futuro que aún no es nuestro y me veo desde aquí allá. Me encuentro sentada, aburrida pensando en el sillón morado en el que me tiraba contigo a pasar las tardes húmedas en Berawa. Estas tardes sauna que ahora son tan nuestras como la piel que se confunde y el agua que nos recorre cayendo lentamente sobre el suelo y sobre nuestros propios cuerpos. Estoy mayor y aburrido a la sobra de algún árbol. Probablemente solo sentado en alguna cocina mugrienta en donde el cochambre me recuerda la sensación de mi cuerpo ahora. Contigo. Y desde ese futuro que no es pienso en este presenta que me recorre todo el cuerpo solo para comenzar a irse. Recuerdo nuestros cuerpos jóvenes tostados por el exceso de sol. Recuerdo la casa, cada esquina. El patio salpicado por flores de ofrenda y el incesante murmullo de los ventiladores que como abejorros gigantes inundan la casa secando por momentos partes distintas de nosotros. Recuerdo perfectamente el blanco y el morado. Tu risa y nuestra complicidad. Toco mi piel y de nuevo es tersa, con granos de arena escondidos entre los pliegues. Volteo y me sonríes diciéndome alguna frase en ese indonesio que siempre amamos tanto pero nunca aprendimos bien. Cierro los ojos con furia. Puedo desde mi futuro lineal saborear mi presente. Mi presente fugaz. Mi presente instante de pieles y agua. Aprovecho la risa del recuerdo para transportarme en el tiempo. Y me veo de nuevo. Escribo estas líneas que leeré cuando vuelva adelante. E intentare nadar en línea otra vez hacia esta casa y hacia ti, y no podré más que desde mi cocina herrumbrada. Ahora soy ambos, ahora conozco los dos y el viaje en el tiempo se ha vuelto una realidad. Vivo un presente que añorare seguro. Pero lo vivo sabiendo desde donde lo recordare y lo vivo doble. Doble porque lo viví y porque lo revivo a cada instante. Cada beso de sal. Cada gota que empapa mi ropa con pequeñas manchas de humedad. Huelo a dulce puesto al sol. Olfateo mis ante codos y mis brazos. Pegando mi nariz a los rincones que alcanzo de mi cuerpo. Huelo esta casa abejorro. Este hogar arrocero.

      Y tú, ya te me mueres. Te me mueres, Julián. Te me mueres como moriré yo muy pronto. Te mueres y dejo de ti todo en el olvido. Porque la muerte es como un animal voraz cubierto de espanto. Un animal hambriento que te devora hasta las cejas que nunca te sirvieron de nada. Mas que para mi risa. Hasta tu pierna mala y tus ojos encataratados que no te dejan ni verme llorar tu muerte. Te me mueres Julián, aquí al ladito. Como si en lugar de morir estuviésemos tomando. Cómo si jugásemos a las cartas y hoy lo hubiéramos ya dicho todo. Callados. Yo lloro y me prendo de tu camisa rasgada que huele a la podredumbre de la única muerte que conozco. La mía, que ahí viene despacio por el camino de piedras. Porque la maldita se te adelanta. Porque la veo hace días rondar fuera de tu casa cuando en las mañanas te llevo los cigarros y los cuentos. Sé que prometí cuidarte a tu perico, pero te prometo que morirá de hambre. Porque me voy detrás de ti. Te busco en donde hace años perdí las palabras. Buscándote entre todos los campos que nunca pisamos y en cada cantina en la que buscamos pleito al estar aburridos. O mujeres, o ambas. Te me mueres como se murió el perro de la vecina. Solo, conmigo. Callado. Como por elección propia. Se fue quedando tieso después de una buena llorada. Pero tú no lloras. Julián. Y yo aquí, que te veo que vienes y vas como indeciso. Quisiera poder sobarte el dolor de tus huesos la noche entera. Quisiera poder quitarte el miedo que no tienes. Ese miedo que te cristaliza los ojos cuando doy la vuelta a la esquina. Abrazarte entre tu olor a partido y medicina. Qué amargo es el olor de la medicina Julián. Desde que nos sentamos en las tardes junto a tus frascos y agujas no puedo dormir en las noches sintiendo que la muerte me ronda. Hueles como las flores que reconocí por primera vez en el entierro de mi abuela. Las flores que para siempre han sido todas. Me jodieron el romanticismo de cortarlas, de recibirlas y sobretodo de agacharme ridículamente a olerlas. Te me mueres de a poco, como el pequeño pájaro que tan solo ayer se estrello contra el cristal. Me senté a verlo en la acera creo que casi tres horas. Se movía quedito, primero entre ansiedades y sueños futuros. Pero pronto adopto tu calma amigo, y casi podría haber dicho que el parecido fue esplendido. Te volviste pájaro y el pájaro entendió tu dolor y la ausencia de tu miedo. Por un instante tú volabas cielo arriba, y aquel pequeño animalito decidió hacer un alto en las convulsiones para descansar sereno en el asfalto. Vi como se quedaba dormido, mientras tu. Tan tranquilo y risueño surcabas los cielos de Berawa sobre mi cabeza cana y despeinada. Anda, tomémonos esta última botella que al final el dolor es el mismo. Lo compartimos, lo prometo. Cuando te llegue el espanto, me voy. Me largo y te dejo con tu lora esa que parece perico. Julián. Vamos anda, tomate otro trago. Yo te tomo de tu mano pegajosa por la humedad de la tarde. Tu mano huesuda y sucia. Escarchada por migajas de esas golosinas que paseas entre los espacios que abandonaron tus dientes, el día entero.  Tu mano; un saco lleno de huesos de pollo. Como el saco en el que pronto descansaran los tuyos, frágiles y flacos. Y yo viendo morir a tu perico. Y él viéndome morir a mí. Cada cual desde su jaula. Me miras risueño desde los campos de azaleas que alguna vez tuvo mi madre. A quien Julián, debo confesarte. Ya no recuerdo. Te lo digo llorando. Ya no la recuerdo. ¿Qué no nos ha robado el tiempo, si se llevo la cara de mi madre? Recuerdo sus anchas cadenas y la falda gris que andoneaba en el viento que traía la sal del mar de otrora. Su voz amarga y su risa amarillenta por el tabaco. Y cuando ríes, de pronto pienso en ella. Entonces me lleno de ternura y tú dejas de entender lo que nunca entendiste. Te sirvo otra copa, te tomo la mano y te miro los ojos turbios. Tus ojos que ahora pueblan mares y ríos. Que hace meses confían en que soy el mismo solo por el sonido de mi voz, la necedad de mis historias y mis lágrimas que surgen lentas y constantes como las viejas que salen de la iglesia a todas horas. Es el recuerdo que llora Julián. Son las historias olvidadas y todo aquello que a pesar de que perdí, siento que me han robado. Es tu pierna mala que te obliga a arrastrarte hasta mi zaguán, y mi hígado podrido que me retuerce en las noches solas. Las malditas oscuras que llegan siempre de golpe y tardan en irse tanto como tu.

      Espera, que aún no he terminado de llorar. Cuando descubrí el mar por primera vez a mis ocho años, mucho antes de conocerte, corrí frenéticamente hacía el y me hundí en su agua alegre. No recuerdo bien si fueron días o meses, pero viví en el mar y llene de su agua todas mis entrañas. Probé su agua y decidí que quería beberla hasta ser un hombre de sal. Un hombre pez. Después de meses obstinado en crecerme escamas cuatro brazos anchos y peludos me arrastraron fuera de sus orillas y mi madre lloraba en un banco. Yo no entendí bien que pasaba, pero nunca más me llevaron a sus orillas. Cuando pienso en el mar y me desnudo de prisa frente al espejo buscándome las branquias que ya no encuentro. Me viene una angustia y un deseo enorme de cubrirme todo de agua de sal, y lleno cubetas y cubetas en la cocina. Meto mis pies y mis manos y a veces mi cabeza completa. Despierto tendido en el piso sucio y húmedo de mi casa, y voy a buscarte. Julián vamos al mar. Te llevo conmigo y entonces nos volvemos peces. Te prometo que solo es cuestión de sumergirse el tiempo necesario. Después todo surge y toma forma por si mismo. Las branquias se desarrollan y la piel se cubre de pequeñas escamas arcoíris que nos cubren poco a poco. Así, dejas de volar sobre mi cabello cenizo para hundirte conmigo y jugar a que bailamos entre erizos de mar y anguilas  pardas. Con la panza siempre llena. Ya no hay hambre ni miedo. En el mar los recuerdos se agüitan y entonces se puede nadar, como nado yo en las cataratas de tus ojos. Espera Julián, No te eleves así tanto por encima que no vas a poder escucharme. Vamos a nadar mejor al mar. No me dejes aquí solo con tu perico que no soporto. Espera Julián, no te mueras. Dame un minuto que hago la maleta y nos vamos. Ya puedo oler la sal que se mezcla con las margas medicinas. Espera, que me quite los zapatos. Anda, Julián, abre los ojos, que de menos nadamos entre tus ríos y mis lágrimas un par de días.


El colectivo en la premiación del concurso, con una de las ganadoras, Marie-Pierre Teuler. El libro autografiado con el que se le premió es del escritor y periodista Omar Vilegas, y se titula "El jardín de las delicias" (2012).

 

viernes, 2 de noviembre de 2012

HABLEMOS DEL DÍA DE MUERTOS (III)

Cantándole a la muerte
Un homenaje a los seres queridos que se fueron

Daniela Nicholson (Perú)
Colaboradora invitada 

      Según la creencia popular, en el Día de los Muertos las almas de los difuntos regresan para disfrutar con sus seres queridos. En el Perú esta fecha se celebra como un día especial  y se vive con júbilo. El Cementerio Virgen de Lourdes, ubicado en la zona conocida como Nueva Esperanza en el distrito capitalino de Villa María del Triunfo, se convierte en un alegre escenario donde los familiares de los fallecidos se reúnen para homenajearlos. Sobre sus lápidas colocan las ofrendas: un suculento plato de comida, un vasito de cerveza. Y también sobre ellas entonan de manera entusiasta sus mejores canciones, porque saben que los están escuchando. Entre alegres marineras y nostálgicas canciones ayacuchanas encontramos a un celestial visitante.

                Su nombre artístico es Arcángel. Es un hombre delgado, de escaso metro sesenta y dueño de una sonrisa amplia y sincera. No tiene alas, pero lleva un arpa sobre la espalda. No puede volar con su cuerpo, pero sí con su música. Ha venido al camposanto a visitar a su hermano difunto y anunciarle que todos en la familia están muy bien, pero lo extrañan mucho. También va a tocarle algunas canciones para acompañarlo y porque quiere sentirse un poco más cerca, aunque sea por unas horas.
            
             Rodolfo Choquechanca, como se llama en la ‘vida real’, es un ayacuchano de 26 años de edad que se vino a vivir a Lima hace casi diez para buscar un mejor futuro, dejando a sus padres en su tierra natal. En la semana trabaja como mozo en un restaurante y los fines de semana toca en diferentes ferias costumbristas con sus compañeros de Danzaq, los danzantes de tijeras. No fue él quien escogió el celestial seudónimo, fueron justamente los miembros de la agrupación artística quienes lo bautizaron. La Iglesia Católica define a los arcángeles como espíritus celestes superiores a los ángeles. Tienen una misión especial, como traernos buenas noticias, armonía y amor, curarnos o aliviar tristezas. Este hombrecillo tiene un perfil muy parecido, a través de sus ojos transparentes se puede reconocer un espíritu puro que irradia gran luminosidad.

            El arpista trae a cuestas el instrumento que le costó 400 soles, le pesa 8 kilos y con el que puede tocar decenas de canciones para la celebración del día de hoy. Junto a él, una turba de gente avanza a paso lento. “A sol las velas, a sol, a sol.” Entre decenas de vendedores ambulantes caminan los deudos que hoy, 1ero de noviembre, se acercan al cementerio a visitar a sus seres queridos. Un fuerte olor a comida invade el camino al camposanto. Chicharrón, choclo con queso, ceviche, mollejitas, jugo de caña, chicha de jora, yucas, chanfainita y cerveza, mucha cerveza a sólo 3 por 10 soles.

           Mientras más cerca de la entrada más vendedores ofertan las típicas ‘wawas’. Estas figuras elaboradas de pan o bizcocho representan niños recién nacidos y se ofrecen como obsequio para reforzar las relaciones de reciprocidad y compadrazgo. Siempre han acompañado las celebraciones de Todos los Santos y de los difuntos. Esta vez también están presentes, los vendedores las han acomodado en grandes canastas y en las tolvas de sus camionetas a lo largo de todo el camino al cementerio.

          Arcángel para un momento para descansar, pero en pocos segundos ya tiene el arpa otra vez encima. A su lado camina Floricienta, una cantante con la que viene trabajando hace algunos meses y ahora lo acompaña para entonar algunas canciones del “panteonero” o cancionero para difuntos. Floricienta declara no haberse inspirado en la exitosa adolescente argentina para escoger su nombre artístico. “Yo me lo puse en la misma época más o menos” dice. Tal parece que es pura coincidencia.

           Juntos cruzan la entrada, esquivando a los apurados mototaxistas. Pasando la reja se impone un inmenso arenal y el cartel de la Municipalidad de Villa María del Triunfo anuncia la llegada al Cementerio Virgen de Lourdes. En la parte izquierda del mismo una ilustración de la virgen y a la derecha la municipalidad aprovecha para dar a conocer su página web: www.munivillamaria.gob.pe. En el mismo cartel hay también una frase donde se autoproclama como el 2do más grande del mundo, es que en este cementerio descansan más de 70,000 personas. No existe la certeza de cuál es el más grande del mundo, pero la mayoría de las fuentes habla de Najaf, a 160 kilómetros al sur de Bagdad, donde hay más de 5 millones de tumbas.

            El inmenso espacio es invadido por centenares de personas. Un cerro a mano izquierda y otro a mano derecha. A pocos metros de la entrada los parlantes de un poderoso equipo de música emiten las tristes notas de un CD instrumental. Se llega a descifrar la canción “When a man loves a woman”. Cruces de madera, torres con muchos nichos y coloridas lápidas se extienden en las 65 hectáreas del gran panteón. Arcángel sigue su camino entre la gran cantidad de gente. “¿Vas a tocar ahora?”. “Sí, ¿quieres escuchar?... ¡Vamos!”. La subida es cada vez más empinada. “¿Falta mucho?”. “No, ya estamos llegando”. A mitad del cerro del margen derecho están las lápidas  de su hermano José y su cuñada, a quienes viene a homenajear en el séptimo aniversario de su muerte.

         A lo lejos se escucha como una de las bandas toca una marinera. Por otro lado fervientes y desafinadas voces de una decena de señoras cantan “Aleluya”. Los Choquechanca me invitan a sentarme. Arcángel se prepara para el concierto afinando su arpa con total tranquilidad y luego procede a colocarse las uñas de acrílico que le permitirán hacer vibrar con mayor intensidad las cuerdas del imponente instrumento. El arpa tiene inscripciones que él mismo ha pintado con un tinte blanco. “Quien siembra vientos cosecha tempestades” y  “Del agua mansa me libre Dios, que de la brava me libraré yo” son las que destacan.

         El arpista se toma unos minutos más en terminar de prepararse, mientras tanto las personas siguen llegando. Los visitantes, la mayoría proveniente de zonas andinas del país, han venido para compartir el día con aquellas personas que los dejaron hace algún tiempo para poblar el mundo de los difuntos. En los andes la muerte no es un hecho terminal, sino natural, es por eso que lo que vienen a hacer al cementerio son las cosas más cotidianas. Les ofrecen a sus seres queridos lo que más les gustaba cuando todavía estaban entre nosotros. Un plato de lentejas con arroz y huevo frito, un vaso de cerveza bien servido. Les cuentan bromas, contratan músicos para que interpreten sus canciones preferidas y les cuentan cómo les está yendo, para que descansen tranquilos.

           Arcángel toca las primeras notas de “Coca Quintaya”, una canción muy típica que ha escogido para empezar. Floricienta comienza a aplaudir para seguirle el ritmo hasta que de pronto emite el primer sonido. Su voz es muy aguda, casi como el lamento de un niño. La canción es tristemente hermosa y evoca la nostálgica pérdida de un ser querido.

     Entre los familiares participantes se encuentra Manuel, el segundo de los hermanos Choquechanca, quien escucha atentamente cada nota de la canción. Es él quien cuenta que su hermano mayor y su esposa murieron en un accidente de transito en Lima y dejaron 4 hijos, de los que está a cargo desde entonces. Manuel viene todos los años a visitarlos porque tiene una relación muy especial con el difunto. “Me encomiendo a él,  y desde arriba me cuida y me ayuda.” El año pasado estuvo desde las 2 de la tarde y se quedó hasta 10 de la noche.

        Arcángel y Floricienta siguen tocando. Los que han podido venir esta vez son Manuel, su esposa, sus hijos (tanto los propios como los de José) y Rodolfo o Arcángel. Los niños corretean alrededor de las lápidas, ojalá sus padres puedan verlos. Todavía falta que lleguen algunos tíos que también viven en Lima, con los que piensan quedarse celebrando hasta las 8. No más tarde porque mañana hay que trabajar. Con un intercambio de sonrisas me despido de la entrañable familia ayacuchana. Ellos me dan las gracias por acompañarlos, yo les doy las gracias por permitirme hacerlo.

       Entre lápida y lápida, aparece un organillero que se pasea por toda la ciudad con su mono. El cual, haciendo honor a su nombre, se dedica a hacer monadas para que los curiosos le dejen unas cuantas monedas a su amo, que no viene a visitar a nadie sino a ganarse el almuerzo del día. También están los stands de varias compañías de seguros. La Positiva, que ofrece un seguro donde el afiliado sólo deberá pagar 80 céntimos diarios. Y Mapfre, que ofrece el servicio gratuito de medición de la presión arterial. Parece que esta aglomeración de gente es la oportunidad perfecta en que algunos aprovechan para sacarle la vuelta a la situación y hacer del Día de Todos los Muertos el Día de los más vivos.

      La celebración continuará hasta muy tarde, los deudos han venido para pasar un momento especial con sus difuntos y no se irán hasta sentir que compartieron con ellos el tiempo suficiente. Las costumbres de este grupo de peruanos son especiales, son verdaderas. Mientras en otros cementerios de la ciudad reina el silencio, aquí se vive una gran algarabía: diversas tonadas de decenas de músicos, enérgicas voces que elevan sus cantos al cielo, prolongados rezos y largas conversaciones de los deudos con sus difuntos. Mientras en otros cementerios se vive un ambiente solemne, aquí se vive una fiesta. Mientras en otros cementerios los muertos están muertos, aquí los muertos están vivos.




HABLEMOS DEL DÍA DE MUERTOS (II)

 
A PROPÓSITO DE LOS DÍAS DE MUERTOS
Paula Arizmendi Mar
Integrante del Colectivo Machincuepa
Twitter: @parizmar

Mi padre suele decir que nunca pensamos realmente en la muerte, en ese concepto huidizo que evoca la desaparición de nuestra persona. Que pensamos que nunca llegará, que a nosotros, solo a nosotros, no terminará por pasarnos, que está mucho más adelante y que quizás, ¡quizás!, en una de esas no nos atrape. Y que cuando llega, entonces, no estamos preparados para morir. Que nadie nos ha educado para dejar con tranquilidad esta vida una vez que tenemos que partir al otro mundo.
Yo suelo ir en contra de lo que dice más bien por deporte: los hijos tienden a contradecir a los padres solo porque sí, en una tonta rebelión juvenil que nunca cesa. Y, siguiendo la regla una vez más, cada vez que hablamos de la muerte le argumento que en el fondo no se puede educar a nadie ante la muerte: ¿Cómo congraciarse con la idea de que en algún momento nuestra persona, nuestra augusto yo, dejará de existir?  ¿Qué hará el mundo entonces? ¿Cómo podrá vivirse sin que estemos nosotros por allí, rondando? Nuestro inherente narcisismo  nos impide acostumbrarnos a la idea de dejar este mundo y que no se note. Así es el ser humano, papá, y hago un gesto de cinismo en el que realmente no creo. 
Mi padre siempre responde: así, hija, así. El mundo seguirá girando, las cosas seguirán en su mismo lugar, y lo que queda, como un carbón aún encendido, es el amor que aún calienta los corazones de la gente amada que permanece aquí, en este mundo. Es el amor lo que nos salva, lo que permanece de nosotros y forma un hilo irrompible con nuestra memoria una vez que nos hemos ido.Así es el ser humano, Paula, y hace un gesto de esperanza, en el que realmente cree.
Odio que tenga razón. Pero la tiene. La única forma que encuentro válida, si es que queremos reconciliarnos un poco con la muerte, es darlo todo para que la muerte nos encuentre sin nada, con muy poquito que nos pueda arrebatar. Dejar el carbón humeante, encendido y ardiente, calentar el corazón de nuestra gente más querida incluso cuando ya no estemos aquí.
Y luego, cada año, cuando contemplo fascinada las festividades mexicanas del día de muertos, cuando observo los minuciosos preparativos para honrar a los que ya se han ido, me parece entonces que todo aquello que mi padre dice comienza a adquirir un poco de sentido: recordar el amor que aún se siente por los difuntos es lo que lleva a visitar los cementerios, a poner los altares, a preparar los platillos que más le gustaban al muerto, a bailar y hacer chistes y calaveras, y platicar como si aún existieran los fallecidos, entre nosotros, aquí, ahora. Porque en México, en este pueblo de tradiciones tan milenarias y tan mestizas, esa es la única manera que se conoce de homenajear al muerto: tratándolo como si aún estuviera vivo, como si el calor no se fuese nunca. Pero claro, esto no se lo diré nunca a mi padre: qué vergüenza de hija sería si estuviera de acuerdo con él. Así que callo, y solo en silencio me regocijo de haber nacido en un lugar así, que quiere tanto a sus muertos, que han dejado tanto en él. Y a mi pesar, hago un gesto de esperanza , en el que termino creyendi aunque diga que no.     
     

HABLEMOS DEL DÍA DE MUERTOS (I).


 LA MUERTE DEL HOMBRE... COMO SAPIENS

 Por Omar Méndez  Castillo
Integrante del Colectivo Machincuepa.
Twitter: @OmarMCa
“No, Señor; sinceramente me parece que allí todo va tan mal como siempre. Compadezco la vida de calamidades que llevan los hombres. Ni siquiera me apetece atormentar a esos desdichados”
Mefistófeles. Fausto. Johann Wofgang von Goethe

Concepto ambiguo y subversivo, metáfora misma de la vida, la muerte multifacética, impropia de la época, fiel compañera, erotizada, venerada e indeseada, el todo y la nada.
Una veta de aliento, el último suspiro. La muerte también como excusa; solo a partir de ella se exculpan los actos en vida, las inoperancias humanas y la fragilidad del ser. “El purgatorio no es la muerte, sino la vida misma” se dice. Terrible en presencia, tormentosa en ausencia, pero ¿y la muerte como femenina, como la poesía pura, lo “sublime”, como la guapa catrina? ¿Sus impresiones?
¡Bienvenida sea la muerte en la cultura!, más viva que nunca; nuestras fiestas, nuestras burlas, las calaveras, el azúcar, el pan, la gente, el color, el baile, lo huaso; pareciese que no le tememos más, “!Qué me avisen cuando venga, para recibirla de gala!”. ¿Y qué hay de mí? ¿Y mi propia Muerte?  El diablito… ¡Lotería! Cada noche es una muerte, la ensoñación es la muerte misma. ¿Quién se alegra mientras se duerme? Sólo se finge morir para que viva el muerto. Cada despertar es una nueva vida, hacer la siesta en el día, es nacer dos veces, decía el Viejo Perón. Pero ¿Y mis muertes? Mis putas muertes, las que me atormentan. Esas no son privadas, sino públicas, mías, tuyas, de todos, de las familias, de los pueblos, De Dios.
¿Dios nunca muere? Muere y revive, se reconstruye, se amplifica y se constriñe, es enorme y es pequeño, omnipresente y olvidadizo, quizás no estaba muerto, andaba de parranda y cómo no, si la muerte es fiesta, la muerte es joda, gloria, la muerte es solo el comienzo —y el final—.
Ah, sí, “La muerte del hombre como sapiens”. La verdad absoluta nos mató; Krishnamurti advirtió: “No es momento de vivir sino de disfrutar la muerte, la muerte del espíritu”. La libertad está de duelo, no nos educaron a pensar libres, ni a sentir libres, nos castraron la felicidad, y ahora que procuramos la estulticia, no somos más que simios, pensantes y pensativos decía Kafka, actuando cada vez más por condicionamiento social que por sapiencia.
Ésta es la muerte melancólica. ¡Que se abra brecha, que entre el aire, que devenga el duelo!
Preferible estar seis pies abajo a saber que me estás engañando (Muerte cochina). 

Y Bon profit.