sábado, 3 de noviembre de 2012

GANADORES DEL PRIMER CONCURSO "AL FIN QUE PARA MORIR NACIMOS"

LES PRESENTAMOS LOS TEXTOS GANADORES DEL CONCURSO Y LA MENCIÓN HONORÍFICA QUE DECIDIMOS OTORGAR. TODOS LOS TEXTOS PARTICIPANTES SALDRÁN EDITADOS EN UN LIBRO ELECTRÓNICO QUE PRESENTAREMOS PRÓXIMAMENTE. ¡MUCHAS GRACIAS A TODOS POR PARTICIPAR!

CATEGORÍA: CUENTO
GANADORA: SILVIA LLANTO CADENAS (PERÚ) 
RESIDENTE EN MATARÓ


La historia de la señora Harris, más conocida como la Gringa.


Todos en el pueblo queremos ayudar a la señora Harris, comenzando por sus alumnos a los que quería como si fueran sus propios hijos y ahora quieren que su alma descanse como descansan todas las almas de nuestros muertos. Pero casi nada sabemos de la Gringa, que es así como la llamamos, desde la tarde que llegó a este pueblo donde crecen los cactus de saguaros y el cielo es seco como el ojo de los ciegos. Aquí donde rara vez se detienen los buses de turistas se bajó un día la Gringa, con su cámara Canon colgando del pecho y alquiló una habitación, en la pensión de las Flores. Los primeros días se nos hizo raro ver su larga silueta, fotografiando las ramas de los mezquites, las espinas de los saguaros, los campos de nopales en flor, las patas de las lagartijas huyendo de los hombres  y hasta las piedras muertas de los barrancos que en este pueblo nacen a toda hora. Luego fue habitual verla entre los animales sedientos mirando las cosas que a ningún extraño interesan. En esos días le advertimos que no debía molestar el descanso de los seres que parecen muertos pero no lo están pero la Gringa estaba resuelta a comprender hasta el leve quejido de las raíces cuando buscan agua.

Por eso un  día compró la casa de al final del pueblo que colinda con el río seco y abrió la única escuela de música de los alrededores , nosotros  pensamos que el sol le había quemado la mollera, pero nos cayó en gracia cuando  resucitó el piano de la iglesia que no sonaba desde el tiempo de los cristeros. Desde entonces no hubo fiesta de guardar , ni misa que no acompañara al piano.

Pero desde hace dos semanas hacemos misa sin ella , porque la Gringa  cuando estaba en el río  seco mirando las ranas a través de los ojos de su cámara,  perdió el equilibrio y cayó sobre una enorme piedra golpeándose la cabeza. Murió en  el acto, pero la pobrecita anda perdida aún por aquí y algunos la han visto mirando tristemente el río  donde aún croan los sapos y las ranas verdes. Muchos casi han muerto del susto al verla acongojada entre los campos de nopales, sin embargo porque la queremos como si fuera una de los nuestros hoy muy temprano sus alumnos han recogido las flores de cempasúchil y han decorado el altar que entre todos le hemos hecho a la Gringa.

A esta hora el pueblo está lleno de un olor a incienso y las flores se ven más naranjas a la luz de los cirios, nos hemos preparado para recibir a nuestros muertos y en especial a la Gringa , que nunca entendió nada de los vivos y menos ahora de los muertos. Allá la vemos venir con su mismo caminar entre los nuestros , parece cansada y se ha arrinconado en una esquina de la plaza , viendo a los otros difuntos que sonríen a la tierra. A la puerta de su escuela de música sus alumnos , a  los que quería como hijos, siguen cantando con sus calaveritas y la señora Harris parece tomar un poco de aire como si quisiera zambullirse en el agua  al escucharlos con sus voces angelicales. La sed de los muertos es peor que la de los vivos. Pero nosotros hemos nacido con la canícula y desde siempre aprendimos a esperar. Cuando cae una gotita de agua , damos gracias a esta tierra porque no somos malagradecidos con nada, menos con ésta que es donde quedarán nuestros huesos . Tenemos tanta paciencia como quién se sienta sobre un petate a esperar ver nacer la primera flor del nopal. Por eso no nos ha costado  nada esperar a la Gringa. Nos hemos estado aquí hasta que la hemos visto empujar su largo cuerpo  con ese último aliento y entrar a su casa abriéndose paso entre el coro de calaveritas.


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CATEGORÍA: POESÍA
GANADORA: MARIE-PIERRE TEULER (FRANCIA)
RESIDENTE EN BARCELONA

Flor de calaverita
 
Ya te rocé dos veces 

La primera, ni me fijé 
Pensaba nada más en volar 
Volar más allá que las nubes 
Me encontré de repente rodeada de musgo y violetas 
La segunda, para que te lo cuento 
Lo sabes mejor que yo, 
Ríe contigo de las voces de la jungla 
Aún más fuertes que el canto del cempasúchil 
La tercera, ya será la buena, 
A ver si te acuerdas de traerme flores
A mí me encantan las gardenias.



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CATEGORÍA: CUENTO
MENCIÓN HONORÍFICA: EDA SOFÍA CORREA (MÉXICO)
RESIDENTE EN BALI

JULIÁN
      Tirado en el sillón de está casa, en la cual parece que flotamos en lugar de dormir y nadamos a cambio de no caminar. Tirado junto a ti, Julián. En nuestro sillón morado en el cual nos aglutinamos pegajosos por el sudor a pesar de tener cuatro habitaciones más en las cuales posar nuestros cuerpos. Pienso en el futuro que aún no es nuestro y me veo desde aquí allá. Me encuentro sentada, aburrida pensando en el sillón morado en el que me tiraba contigo a pasar las tardes húmedas en Berawa. Estas tardes sauna que ahora son tan nuestras como la piel que se confunde y el agua que nos recorre cayendo lentamente sobre el suelo y sobre nuestros propios cuerpos. Estoy mayor y aburrido a la sobra de algún árbol. Probablemente solo sentado en alguna cocina mugrienta en donde el cochambre me recuerda la sensación de mi cuerpo ahora. Contigo. Y desde ese futuro que no es pienso en este presenta que me recorre todo el cuerpo solo para comenzar a irse. Recuerdo nuestros cuerpos jóvenes tostados por el exceso de sol. Recuerdo la casa, cada esquina. El patio salpicado por flores de ofrenda y el incesante murmullo de los ventiladores que como abejorros gigantes inundan la casa secando por momentos partes distintas de nosotros. Recuerdo perfectamente el blanco y el morado. Tu risa y nuestra complicidad. Toco mi piel y de nuevo es tersa, con granos de arena escondidos entre los pliegues. Volteo y me sonríes diciéndome alguna frase en ese indonesio que siempre amamos tanto pero nunca aprendimos bien. Cierro los ojos con furia. Puedo desde mi futuro lineal saborear mi presente. Mi presente fugaz. Mi presente instante de pieles y agua. Aprovecho la risa del recuerdo para transportarme en el tiempo. Y me veo de nuevo. Escribo estas líneas que leeré cuando vuelva adelante. E intentare nadar en línea otra vez hacia esta casa y hacia ti, y no podré más que desde mi cocina herrumbrada. Ahora soy ambos, ahora conozco los dos y el viaje en el tiempo se ha vuelto una realidad. Vivo un presente que añorare seguro. Pero lo vivo sabiendo desde donde lo recordare y lo vivo doble. Doble porque lo viví y porque lo revivo a cada instante. Cada beso de sal. Cada gota que empapa mi ropa con pequeñas manchas de humedad. Huelo a dulce puesto al sol. Olfateo mis ante codos y mis brazos. Pegando mi nariz a los rincones que alcanzo de mi cuerpo. Huelo esta casa abejorro. Este hogar arrocero.

      Y tú, ya te me mueres. Te me mueres, Julián. Te me mueres como moriré yo muy pronto. Te mueres y dejo de ti todo en el olvido. Porque la muerte es como un animal voraz cubierto de espanto. Un animal hambriento que te devora hasta las cejas que nunca te sirvieron de nada. Mas que para mi risa. Hasta tu pierna mala y tus ojos encataratados que no te dejan ni verme llorar tu muerte. Te me mueres Julián, aquí al ladito. Como si en lugar de morir estuviésemos tomando. Cómo si jugásemos a las cartas y hoy lo hubiéramos ya dicho todo. Callados. Yo lloro y me prendo de tu camisa rasgada que huele a la podredumbre de la única muerte que conozco. La mía, que ahí viene despacio por el camino de piedras. Porque la maldita se te adelanta. Porque la veo hace días rondar fuera de tu casa cuando en las mañanas te llevo los cigarros y los cuentos. Sé que prometí cuidarte a tu perico, pero te prometo que morirá de hambre. Porque me voy detrás de ti. Te busco en donde hace años perdí las palabras. Buscándote entre todos los campos que nunca pisamos y en cada cantina en la que buscamos pleito al estar aburridos. O mujeres, o ambas. Te me mueres como se murió el perro de la vecina. Solo, conmigo. Callado. Como por elección propia. Se fue quedando tieso después de una buena llorada. Pero tú no lloras. Julián. Y yo aquí, que te veo que vienes y vas como indeciso. Quisiera poder sobarte el dolor de tus huesos la noche entera. Quisiera poder quitarte el miedo que no tienes. Ese miedo que te cristaliza los ojos cuando doy la vuelta a la esquina. Abrazarte entre tu olor a partido y medicina. Qué amargo es el olor de la medicina Julián. Desde que nos sentamos en las tardes junto a tus frascos y agujas no puedo dormir en las noches sintiendo que la muerte me ronda. Hueles como las flores que reconocí por primera vez en el entierro de mi abuela. Las flores que para siempre han sido todas. Me jodieron el romanticismo de cortarlas, de recibirlas y sobretodo de agacharme ridículamente a olerlas. Te me mueres de a poco, como el pequeño pájaro que tan solo ayer se estrello contra el cristal. Me senté a verlo en la acera creo que casi tres horas. Se movía quedito, primero entre ansiedades y sueños futuros. Pero pronto adopto tu calma amigo, y casi podría haber dicho que el parecido fue esplendido. Te volviste pájaro y el pájaro entendió tu dolor y la ausencia de tu miedo. Por un instante tú volabas cielo arriba, y aquel pequeño animalito decidió hacer un alto en las convulsiones para descansar sereno en el asfalto. Vi como se quedaba dormido, mientras tu. Tan tranquilo y risueño surcabas los cielos de Berawa sobre mi cabeza cana y despeinada. Anda, tomémonos esta última botella que al final el dolor es el mismo. Lo compartimos, lo prometo. Cuando te llegue el espanto, me voy. Me largo y te dejo con tu lora esa que parece perico. Julián. Vamos anda, tomate otro trago. Yo te tomo de tu mano pegajosa por la humedad de la tarde. Tu mano huesuda y sucia. Escarchada por migajas de esas golosinas que paseas entre los espacios que abandonaron tus dientes, el día entero.  Tu mano; un saco lleno de huesos de pollo. Como el saco en el que pronto descansaran los tuyos, frágiles y flacos. Y yo viendo morir a tu perico. Y él viéndome morir a mí. Cada cual desde su jaula. Me miras risueño desde los campos de azaleas que alguna vez tuvo mi madre. A quien Julián, debo confesarte. Ya no recuerdo. Te lo digo llorando. Ya no la recuerdo. ¿Qué no nos ha robado el tiempo, si se llevo la cara de mi madre? Recuerdo sus anchas cadenas y la falda gris que andoneaba en el viento que traía la sal del mar de otrora. Su voz amarga y su risa amarillenta por el tabaco. Y cuando ríes, de pronto pienso en ella. Entonces me lleno de ternura y tú dejas de entender lo que nunca entendiste. Te sirvo otra copa, te tomo la mano y te miro los ojos turbios. Tus ojos que ahora pueblan mares y ríos. Que hace meses confían en que soy el mismo solo por el sonido de mi voz, la necedad de mis historias y mis lágrimas que surgen lentas y constantes como las viejas que salen de la iglesia a todas horas. Es el recuerdo que llora Julián. Son las historias olvidadas y todo aquello que a pesar de que perdí, siento que me han robado. Es tu pierna mala que te obliga a arrastrarte hasta mi zaguán, y mi hígado podrido que me retuerce en las noches solas. Las malditas oscuras que llegan siempre de golpe y tardan en irse tanto como tu.

      Espera, que aún no he terminado de llorar. Cuando descubrí el mar por primera vez a mis ocho años, mucho antes de conocerte, corrí frenéticamente hacía el y me hundí en su agua alegre. No recuerdo bien si fueron días o meses, pero viví en el mar y llene de su agua todas mis entrañas. Probé su agua y decidí que quería beberla hasta ser un hombre de sal. Un hombre pez. Después de meses obstinado en crecerme escamas cuatro brazos anchos y peludos me arrastraron fuera de sus orillas y mi madre lloraba en un banco. Yo no entendí bien que pasaba, pero nunca más me llevaron a sus orillas. Cuando pienso en el mar y me desnudo de prisa frente al espejo buscándome las branquias que ya no encuentro. Me viene una angustia y un deseo enorme de cubrirme todo de agua de sal, y lleno cubetas y cubetas en la cocina. Meto mis pies y mis manos y a veces mi cabeza completa. Despierto tendido en el piso sucio y húmedo de mi casa, y voy a buscarte. Julián vamos al mar. Te llevo conmigo y entonces nos volvemos peces. Te prometo que solo es cuestión de sumergirse el tiempo necesario. Después todo surge y toma forma por si mismo. Las branquias se desarrollan y la piel se cubre de pequeñas escamas arcoíris que nos cubren poco a poco. Así, dejas de volar sobre mi cabello cenizo para hundirte conmigo y jugar a que bailamos entre erizos de mar y anguilas  pardas. Con la panza siempre llena. Ya no hay hambre ni miedo. En el mar los recuerdos se agüitan y entonces se puede nadar, como nado yo en las cataratas de tus ojos. Espera Julián, No te eleves así tanto por encima que no vas a poder escucharme. Vamos a nadar mejor al mar. No me dejes aquí solo con tu perico que no soporto. Espera Julián, no te mueras. Dame un minuto que hago la maleta y nos vamos. Ya puedo oler la sal que se mezcla con las margas medicinas. Espera, que me quite los zapatos. Anda, Julián, abre los ojos, que de menos nadamos entre tus ríos y mis lágrimas un par de días.


El colectivo en la premiación del concurso, con una de las ganadoras, Marie-Pierre Teuler. El libro autografiado con el que se le premió es del escritor y periodista Omar Vilegas, y se titula "El jardín de las delicias" (2012).

 

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