Cantándole
a la muerte
Un homenaje a los seres queridos que se fueron
Daniela Nicholson (Perú)
Colaboradora invitada
Según la creencia popular, en el Día de los
Muertos las almas de los difuntos regresan para disfrutar con sus seres
queridos. En el Perú esta fecha se celebra como un día especial y se vive con júbilo. El Cementerio Virgen de Lourdes,
ubicado en la zona conocida como Nueva Esperanza en el distrito capitalino de
Villa María del Triunfo, se convierte en un alegre escenario donde los
familiares de los fallecidos se reúnen para homenajearlos. Sobre sus lápidas colocan
las ofrendas: un suculento plato de comida, un vasito de cerveza. Y también
sobre ellas entonan de manera entusiasta sus mejores canciones, porque saben
que los están escuchando. Entre alegres marineras y nostálgicas canciones ayacuchanas
encontramos a un celestial visitante.
Su nombre artístico es Arcángel. Es un hombre
delgado, de escaso metro sesenta y dueño de una sonrisa amplia y sincera. No
tiene alas, pero lleva un arpa sobre la espalda. No puede volar con su cuerpo,
pero sí con su música. Ha venido al camposanto a visitar a su hermano difunto y
anunciarle que todos en la familia están muy bien, pero lo extrañan mucho.
También va a tocarle algunas canciones para acompañarlo y porque quiere
sentirse un poco más cerca, aunque sea por unas horas.
Rodolfo Choquechanca, como se llama en la ‘vida real’, es un ayacuchano de 26 años de edad que se vino a vivir a Lima hace casi diez para buscar un mejor futuro, dejando a sus padres en su tierra natal. En la semana trabaja como mozo en un restaurante y los fines de semana toca en diferentes ferias costumbristas con sus compañeros de Danzaq, los danzantes de tijeras. No fue él quien escogió el celestial seudónimo, fueron justamente los miembros de la agrupación artística quienes lo bautizaron. La Iglesia Católica define a los arcángeles como espíritus celestes superiores a los ángeles. Tienen una misión especial, como traernos buenas noticias, armonía y amor, curarnos o aliviar tristezas. Este hombrecillo tiene un perfil muy parecido, a través de sus ojos transparentes se puede reconocer un espíritu puro que irradia gran luminosidad.
El arpista trae a
cuestas el instrumento que le costó 400 soles, le pesa 8 kilos y con el que
puede tocar decenas de canciones para la celebración del día de hoy. Junto a
él, una turba de gente avanza a paso lento. “A sol las velas, a sol, a sol.”
Entre decenas de vendedores ambulantes caminan los deudos que hoy, 1ero de
noviembre, se acercan al cementerio a visitar a sus seres queridos. Un fuerte
olor a comida invade el camino al camposanto. Chicharrón, choclo con queso,
ceviche, mollejitas, jugo de caña, chicha de jora, yucas, chanfainita y
cerveza, mucha cerveza a sólo 3 por 10 soles.
Mientras más cerca de
la entrada más vendedores ofertan las típicas ‘wawas’. Estas figuras elaboradas
de pan o bizcocho representan niños recién nacidos y se ofrecen como obsequio
para reforzar las relaciones de reciprocidad y compadrazgo. Siempre han acompañado
las celebraciones de Todos los Santos y de los difuntos. Esta vez también están
presentes, los vendedores las han acomodado en grandes canastas y en las tolvas
de sus camionetas a lo largo de todo el camino al cementerio.
Arcángel para un
momento para descansar, pero en pocos segundos ya tiene el arpa otra vez encima.
A su lado camina Floricienta, una cantante con la que viene trabajando hace
algunos meses y ahora lo acompaña para entonar algunas canciones del
“panteonero” o cancionero para difuntos. Floricienta declara no haberse
inspirado en la exitosa adolescente argentina para escoger su nombre artístico.
“Yo me lo puse en la misma época más o menos” dice. Tal parece que es pura
coincidencia.
Juntos cruzan la
entrada, esquivando a los apurados mototaxistas. Pasando la reja se impone un
inmenso arenal y el cartel de la Municipalidad de Villa María del Triunfo
anuncia la llegada al Cementerio Virgen de Lourdes. En la parte izquierda
del mismo una ilustración de la virgen y a la derecha la municipalidad
aprovecha para dar a conocer su página web: www.munivillamaria.gob.pe. En el
mismo cartel hay también una frase donde se autoproclama como el 2do más grande
del mundo, es que en este cementerio descansan más de 70,000 personas. No
existe la certeza de cuál es el más grande del mundo, pero la mayoría de las
fuentes habla de Najaf, a 160 kilómetros al sur de Bagdad, donde hay más de 5
millones de tumbas.
El inmenso espacio es
invadido por centenares de personas. Un cerro a mano izquierda y otro a mano
derecha. A pocos metros de la entrada los parlantes de un poderoso equipo de
música emiten las tristes notas de un CD instrumental. Se llega a descifrar la
canción “When a man loves a woman”.
Cruces de madera, torres con muchos nichos y coloridas lápidas se extienden en
las 65 hectáreas del gran panteón. Arcángel sigue su camino entre la gran
cantidad de gente. “¿Vas a tocar ahora?”. “Sí, ¿quieres escuchar?... ¡Vamos!”.
La subida es cada vez más empinada. “¿Falta mucho?”. “No, ya estamos llegando”.
A mitad del cerro del margen derecho están las lápidas de su hermano José y su cuñada, a quienes
viene a homenajear en el séptimo aniversario de su muerte.
A lo lejos se escucha
como una de las bandas toca una marinera. Por otro lado fervientes y
desafinadas voces de una decena de señoras cantan “Aleluya”. Los Choquechanca me invitan a sentarme. Arcángel se
prepara para el concierto afinando su arpa con total tranquilidad y luego
procede a colocarse las uñas de acrílico que le permitirán hacer vibrar con
mayor intensidad las cuerdas del imponente instrumento. El arpa tiene inscripciones
que él mismo ha pintado con un tinte blanco. “Quien siembra vientos cosecha tempestades” y “Del agua mansa me libre Dios,
que de la brava me libraré yo” son las que destacan.
El arpista se toma
unos minutos más en terminar de prepararse, mientras tanto las personas siguen llegando.
Los visitantes, la mayoría proveniente de zonas andinas del país, han venido
para compartir el día con aquellas personas que los dejaron hace algún tiempo
para poblar el mundo de los difuntos. En los andes la muerte no es un hecho
terminal, sino natural, es por eso que lo que vienen a hacer al cementerio son
las cosas más cotidianas. Les ofrecen a sus seres queridos lo que más les
gustaba cuando todavía estaban entre nosotros. Un plato de lentejas con arroz y
huevo frito, un vaso de cerveza bien servido. Les cuentan bromas, contratan
músicos para que interpreten sus canciones preferidas y les cuentan cómo les
está yendo, para que descansen tranquilos.
Arcángel toca las
primeras notas de “Coca Quintaya”, una canción muy típica que ha escogido para
empezar. Floricienta comienza a aplaudir para seguirle el ritmo hasta que de
pronto emite el primer sonido. Su voz es muy aguda, casi como el lamento de un
niño. La canción es tristemente hermosa y evoca la nostálgica pérdida de un ser
querido.
Entre los familiares participantes
se encuentra Manuel, el segundo de los hermanos Choquechanca, quien escucha
atentamente cada nota de la canción. Es él quien cuenta que su hermano mayor y
su esposa murieron en un accidente de transito en Lima y dejaron 4 hijos, de
los que está a cargo desde entonces. Manuel viene todos los años a visitarlos porque
tiene una relación muy especial con el difunto. “Me encomiendo a él, y desde arriba me cuida y me ayuda.” El año
pasado estuvo desde las 2 de la tarde y se quedó hasta 10 de la noche.
Arcángel y
Floricienta siguen tocando. Los que han podido venir esta vez son Manuel, su
esposa, sus hijos (tanto los propios como los de José) y Rodolfo o Arcángel. Los
niños corretean alrededor de las lápidas, ojalá sus padres puedan verlos. Todavía
falta que lleguen algunos tíos que también viven en Lima, con los que piensan
quedarse celebrando hasta las 8. No más tarde porque mañana hay que trabajar. Con
un intercambio de sonrisas me despido de la entrañable familia ayacuchana.
Ellos me dan las gracias por acompañarlos, yo les doy las gracias por
permitirme hacerlo.
Entre lápida y
lápida, aparece un organillero que se pasea por toda la ciudad con su mono. El
cual, haciendo honor a su nombre, se dedica a hacer monadas para que los
curiosos le dejen unas cuantas monedas a su amo, que no viene a visitar a nadie
sino a ganarse el almuerzo del día. También están los stands de varias compañías
de seguros. La Positiva, que ofrece un seguro donde el afiliado sólo deberá
pagar 80 céntimos diarios. Y Mapfre, que ofrece el servicio gratuito de
medición de la presión arterial. Parece que esta aglomeración de gente es la
oportunidad perfecta en que algunos aprovechan para sacarle la vuelta a la
situación y hacer del Día de Todos los Muertos el Día de los más vivos.
La celebración
continuará hasta muy tarde, los deudos han venido para pasar un momento
especial con sus difuntos y no se irán hasta sentir que compartieron con ellos el
tiempo suficiente. Las costumbres de este grupo de peruanos son especiales, son
verdaderas. Mientras en otros cementerios de la ciudad reina el silencio, aquí se
vive una gran algarabía: diversas tonadas de decenas de músicos, enérgicas
voces que elevan sus cantos al cielo, prolongados rezos y largas conversaciones
de los deudos con sus difuntos. Mientras en otros cementerios se vive un
ambiente solemne, aquí se vive una fiesta. Mientras en otros cementerios los
muertos están muertos, aquí los muertos están vivos.
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